El cambio de estación no sólo aterrizó de un día para el otro con la promesa de un sol rajante permanente y con el
nacimiento de nuevos capullos de infinitas variedades de flores, también llegó
con un paquete para mí. Desaté un moño gigantesco y, de adentro, como unos
resortes payasescos, se asomaron una bandada de sorpresas, que se estrellaron
directamente en el centro de mi cara.
La
primera sorpresa me la dio Joaquín. Me llamó tempranísimo, buscando que, por
fin, le diera una respuesta concreta. Si bien no estaba muy decidida, me
parecía que, de la variedad de posibilidades que tenía a mi alcance, su oferta,
era la mejor. También de alguna manera parecía ser la más correcta de la dos.
Joaquín fue el único del trabajo que demostró preocupación durante los meses en que ni siquiera me animaba a asomar la cabeza a la calle.
Es verdad que Clara tenía muchísima razón en lo que decía: el emprendimiento de
mi ex jefe carece de antigüedad. Es un proyecto joven. Pero si hay algo de lo
que jamás dudaría, es de su gran personalidad y la asombrosa capacidad que
tiene como líder; confío plenamente en sus súper poderes; ese envidiable don de
saber reinventarse en los peores momentos.
Joaquín
me habló con una voz llamativamente risueña que despertó mi atención desde el
principio. Hablaba a los latigazos, como apresurándose a contarme algo que no
alcanzaba a retener dentro de su organismo:
-¿Y Alcorta?, ¿qué decidiste?...
-¿Y Alcorta?, ¿qué decidiste?...
Lo
hice esperar en la línea por pura maldad inocente. Quería darle un poco de dramatismo,
despertar sus emociones y escucharle decir que no aguantaba más, que se moría
de ganas por saber si su ex mejor empleada lo iba a seguir hasta el fin del
mundo.
- Que sí. Te sigo.
- Que sí. Te sigo.
Joaquín
soltó unas risas breves que instantáneamente evolucionaron en unas carcajadas
graves y que luego no tardaron en ser condimentadas por un fuerte ataque de
tos. La noticia que disparó, me dejó con los ojos en blanco:
- Qué bien entonces. Porque ayer, un contador y un administrativo,
confirmaron lo que imaginaba. La productora llega a tono con el
sombrero de Papa Noel. Están en rojo con los números, es decir,
no pasan enero. ¡Te decidiste bien, Alcorta!
- Qué bien entonces. Porque ayer, un contador y un administrativo,
confirmaron lo que imaginaba. La productora llega a tono con el
sombrero de Papa Noel. Están en rojo con los números, es decir,
no pasan enero. ¡Te decidiste bien, Alcorta!
Joaquín
me contó que también Rodrigo había aceptado firmar con él, y que, hoy, era el
último día que trabajaba para la productora. Esa era la razón por la cual, en
esta última semana, no se había molestado, como otras veces, en enviarme mil
e-mails pesadísimos preguntándome, una y otra vez, por el trabajo que me había
demorado en completar. Mi flamante jefe, por segunda vez consecutiva, me contó
que había repasado la idea de invitarla a Marisa, que es una excelente
profesional, pero cambió de parecer cuando Rodrigo le dio a entender que en los
últimos meses se había acercado demasiado a Rebeca. Me dio tristeza pensar que
Marisa dentro de poco iba a terminar desempleada, y encima, justo para la época
más costosa y demandante del año... Ninguno tiene intenciones de decir nada... por el bien de la productora. Si todos supieran que se está
fundiendo se despertaría una avalancha imparable; probablemente la empresa
empezaría a vaciarse antes de tiempo. Los empleados, desesperados en conseguir
otros trabajos, renunciarían en conjunto y, en consecuencia, el color rojo,
llegaría mucho antes de lo previsto; cerrando antes de la fecha estipulada por
los contadores.
Tomé
a Joaquín desprevenido. La pregunta le llegó tan sorpresivamente como la espuma
blanca tóxica disparada en los ojos en medio de un carnaval:
-¿Cuándo empiezo?
Su respuesta se hizo desear. Hizo una introducción extensísima que
llegó a durar lo mismo que una llamada de mi mamá. Me habló de
la ubicación del PH que había alquilado en San Telmo y la gama de colores que
había elegido para las paredes recientemente pintadas: algunas eran blancas y
otras eran de un rojo teatro. Caracterizó el mobiliario de oficina que había
elegido para todo el PH, enumeró los títulos y la cantidad de láminas de
Picasso que había mandando a enmarcar para darle un toque hogareño a los
espacios, y también me habló de la importante suma que desembolsó para las
necesidades técnicas: compró unas carísimas computadoras al por mayor, que
mandó luego a mejorar, en un centro especializado, para que todas pudieran
editar a una velocidad ultrasónica. Contabilizó seis cámaras HD, diez tarjetas
de memoria, otra buena cantidad de memorias externas, unos cuántos trípodes,
algunas baterías, celulares para el interior y el exterior, distintos faroles y
luces, y por último me definió los equipamientos de los sets... Dejó lo
impensado para el final; no lo pude creer. Joaquín, sin darle demasiada importancia, me dio la
icreíble noticia de que tenía mi propia oficina. Ya no tenía que compartir el
escritorio con dos personas más. Me imaginé a mí misma destapando un tupper con
el almuerzo en la mesa de trabajo y casi lloro de la felicidad. Todavía seguía pensando
en mi desconocida oficina cuando me respondió la pregunta oxidada:
- Ya empezaron todos. ¿Querés pasar el lunes
para conocer tu lugar?
Y le
respondí que sí, que encantadísima.
La
segunda sorpresa me la dio Laura, cuando pasó a buscarme con Luqui a la hora
del almuerzo. Como desde que Olga nos abandonó, el perro, no volvió a lijar en
el asfalto sus garras de dinosaurio poseído, lo uní al grupo. Compramos unos
sandwichitos de miga de jamón y queso, en la panadería de La Rioja, y
caminamos, disfrutando cada paso, hasta la Plaza Martín Fierro. Nos sentamos en
un banco y, cubiertas por las ramas de un árbol verde musgo, mientras controlábamos
que Luqui se portara civilizadamente con los señores mayores con los que jugaba
al ajedrez a diez metros de distancia de nosotras. Sin perderlo de vista,
Laura, comenzó a hablar con excesiva meticulosidad sobre las maravillosas
novedades que me había adelantado estos días por teléfono: mi amiga no se anotó
para retomar derecho. Se inscribió en la facultad decidida a hacer una
licenciatura en psicopedagogía. Realmente la noté muy entusiasmada. Ahora que
Luqui se desgasta casi de manera obsesiva con sus clases particulares de
ajedrez, anhelando ser el próximo Bobby Fischer de Argenina, y que Franco ahora
está recibiendo un sueldo acorde a los kilómetros de viaje que hace semanalmente, por primera vez están analizando contratar una niñera especializada para que cuide de él. Es
decir que, mi amiga, va a poder estudiar tranquila una carrera que no sólo la va
ayudar a hacer comprender el compartimiento de su propio hijo; también va a poder
entender el accionar de otros Luqui que no tienen la misma suerte de tener una
madre como ella.
Volví
cuando faltaban diez minutos para que empezara la sesión, por eso, subí al
cuarto piso, sin pasar por mi casa. VilmaMiriam me recibió con un calidísimo
“¡feliz de la primavera!” y, de improvisto, me insertó en el pelo una
pequeñísima flor de loto, hecha con un papel suave al tacto y de un color azul violacio intenso. Entré a su despacho y me aterré; sentí que no estaba en este
planeta y en este país. Estaba en un cementerio ubicado en el país de las
maravillas de Alicia, porque su escritorio estaba cubierto por un enjambre de
flores extrañísimas hechas por ella misma, con la milenaria técnica del
origami. Me escapé con la afiladísima flor de loto pinchándome el cuero
cabelludo hasta el living, y allí encontré a Clara casi desnuda. Retrocedí.
Veía su ropa interior mecerse, y no podía fijar la vista en otro lugar que no
fuera el voladito naranja que le decoraba el elástico finito de la bombacha.
Todo era por culpa del vestido que llevaba puesto. Parecía que, Clara, se había
tomado muy en serio la llegada de la primavera. Realmente me sorprendió que con
estas bajas temperaturas se animara a vestir semejante transparencia floreada, sin mangas. También tenía puestas
unas sandalias que dejaban expuestos sus diez dedos del pie, prolijamente
pintados con un esmalte amarillo fluorescente. Aquel color, como otras tantas cosas, no le
favorecía para nada. Al contrario, le ensanchaba asombrosamente las
proporciones de sus dos empanadas gallegas. Me recordaban a
los pies inhumanos del Cacique Paturuzú.
Le
conté a Clara como resolví mi dilema laboral, y se reservó la opinión, pero cuando me di tiempo y argumenté a favor de lo que ese cambio significaba para
mí, enseguida se mostró positiva. Seguido, hablamos
sobre mis exitosos viajes en el 101. Entre otros temas, algo menos importantes, también le
conté acerca de la discusión que, el domingo pasado, había mantenido con mi mamá.
En
realidad, no había mucho más para decir. Estaba feliz y Clara lo sabía: me
sentía muy bien. Encerraba muchísimas sensaciones que se entremezclaban y me
provocaban unas ganas incontenibles de gritar de la felicidad.
Pese
a que voy a comenzar a trabajar, Clara y yo, convenimos seguir la terapia
algunos meses más. Lo único que modificamos fue el horario; ahora voy a
atenderme los miércoles a las 20 hs.
A
las 17: 15 hs saludé a VilmaMiriam y, con un abrazo de agradecimiento, y una sonrisa sincera, me despedí de Clara
hasta que la próxima sesión nos volviera a encontrar.
La tercera noticia llegó
del teclado de Nicolás. Leer las líneas que me había dejado en Facebook, me
provocaron un intenso ardor estomacal, que instintivamente asocié con el
estallido de un volcán a punto de erupcionar. Eran los nervios. Me retorcí
boquiabierta. Nicolás me invitaba muy amorosamente a encontrarnos mañana por la tarde. Todavía no sé que contestarle... aunque al
final, seguro voy a decir que sí.
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