jueves, 7 de junio de 2012

Estas cosas son absurdas, antinaturales y rozan el mal gusto.
Cuando volví a abrir el Facebook, llegué a la conclusión que la gente que hasta indirectamente me rodea tiene conductas subnormales: FLA me desbordó la casilla personal con mensajes. Intenté pasarlos inadvertidos, pero cuando vi el contador rojo inflarse, no pude domar mi dedo rabioso ni tampoco atar el instinto masoquista que me poseyó
Los primeros mensajes fueron dubitativos y reflejaban una falsa ingenuidad que pude advertir claramente en uno de los renglones del segundo mensaje, cuando utilizó la frase “me picó el bichito de la curiosidad...”. Conté hasta diez y contuve el impulso de responderle que mejor hubiese sido que la picara una yarará. 
En el tercero, que llegó una hora después, encontré unas desproporcionadas felicitaciones destinadas a unas fotos que hacía años había tomado para un "concurso de naturaleza muerta" y que mostraban en distintas perspectivas un terreno baldío. 
En el cuarto mensaje, me sentí como si estuviera siendo partícipe de un ahorcado virtual, descifrando lo que sus mezquinos monosílabos querían darme a entender. 
Afortunadamente, en el quinto mensaje, se cansó de dar vueltas carnero y lanzó una bomba atómica que resonó en mi cabeza tan fuerte como un Chasquibum. De alguna manera lo presentí: Martín había ido solo a Playa del Carmen y cuando volvió, ella descubrió que él la había engañado con una guía de turismo de Tulum. 
El sexto y séptimo, eran un popurrí de mensajes reflexivos donde confesaba que a pesar de todo tiene intenciones de estar con él. En su cabeza perversa tiene menos vergüenza contármelo a mí, una pionera, que contárselo a sus 534 amigos. No le contesté ningún mensaje.