viernes, 8 de junio de 2012


Me desperté con una nueva adquisición. Tengo el ojo derecho tan hinchado que es capaz de demoler una pared de hormigón con sólo un roce. Como sentí que todavía no había pasado lo peor me senté a esperar, con el ojo bueno, el crecimiento de su compañero. Fue más alentador que ver nacer a un Sea Monkey porque insospechadamente, a las tres horas, había alcanzando unas proporciones bastante similares a las de  un globo terráqueo. A la tarde cuando le abrí la puerta a Clara, la sorpresa fue mutua. 
Con el ojo disponible, hice un paneo disimulado que resultó terriblemente indiscreto y evidenció que la imagen incompleta que veía de ella. No era para nada alentadora: Clara escondía tras la nuca un rodete rubio envuelto en una redecilla negra que a simple vista, cualquiera podría haberlo confundido con un kilo de chorizo arremolinado. Como ya me estoy acostumbrando a sus peinados psicodélicos, el conflicto lo encontré en la vestimenta: tanto el ojo afectado como el sano no pudieron despegarse del chaleco marrón de gamuza y las botas negras de caña alta que le daban cierto aire a una actriz secundaria extraviada del set de una película de western. Noté en más de una oportunidad que, sus ojos, se rebelaban a los buenos modales y discriminaban abiertamente al mío, que ni siquiera podía notarlo. Cuando nos sentamos en el living tuve una premonición, hoy era era el día que iba a llorar:
 - Anoche soñé que mi ex se casaba, con FLA, su pareja. Y yo estaba 
    invitada...
 - Martín.
 - Sí, Martín.
 -  ¿Querés contame cómo fue tu relación con él?
 -  ...
 - Cualquier cosa...
 - Ayer su nueva pareja, FLA, me mandó algunos mensajes y me 
    terminó contando que Martín la engañaba. Me dio un poco de 
    lástima, pero  todavía no entiendo por qué me lo contó.
 - ¿Por qué  llamás por el apodo a la actual pareja de tu ex novio?
 - Supongo que tiene que ver con lo que pasó hace más de siete 
    meses, cuando descubrí que Martín me engañaba a mí.
De repente un temporal de lágrimas me embadurnó la cara. Lloraba por Martín, por mí y también por ni siquiera poder llorar tranquilamente con pleno derecho sobre los dos ojos. Clara trató de convencerme de hablar de otros temas menos angustiantes, pero de todas maneras seguí:
 - No sé como ella se debe haber enterado que Martín la engañaba.        
    Cuando me pasó a mí, confirmé que hay cosas que tenés el deber
    de saber: un día de octubre esperé a Martín en casa con la comida 
    preparada. Mi menú era siempre acotado, así que  pedí en La Posta
    unos sorrentinos caseros con salsa cuatro quesos. Pensaba que 
    era un buen momento para renovar el romance. Guardé  la gaseosa
    y desempolvé un vino tinto de ocasión. Los miércoles, Martín salía de
    la facultad  a las diez y media de la noche, cuando finalizaba de dar
    clases de producción. Llegó a casa, me besó, se relamió al ver lo que
    había comprado, me mostró una película que le habían regalado y se
    fue a bañar. Era una película romántica que ya  teníamos en nuestra
    videoteca, pero en ese momento, ninguna de estas dos cosas me
    importaron. Como me pareció que era un dvd original, abrí la cajita 
    para corroborarlo y dentro había un  papelito pegado; era  un sticker
    amarillo. Era de ella.
 - ¿Qué decía?
 -  Muero por ver esta película de nuevo con vos, FLA. Sentí que la  
     videoteca, el techo, el inquilino del décimo "c" y un asteroide
     impactaban sepultándose como clavos alrededor de todo mi cráneo.
     En ese momento fantaseé con ser la versión femenina de Norman 
     Bates para sorprenderlo a cuchillazos en la ducha; pero en vez de  
     hacer eso terminé atragantándome con una copa entera de tinto 
     lo esperé. Cuando salió, solamente me limité a hacerle preguntas.
 -¿Le preguntaste quién era Flavia?
 -  No, quién le había regalado la película. En ese momento me di
     cuenta que además de ser un hijo de puta, era un hijo de puta
     muy ocurrente: me había contestado que unos alumnos estaban
     ajustados con el presupuesto de un proyecto y estaban rifando 
     películas. Con esa invención se había comprado todos los números 
     para no verme más la cara. Yo lo amaba pero nadie me cagaba 
     y menos con una FLA.