lunes, 2 de julio de 2012

Mi mamá accedió a aumentarle el sueldo a Olga. Vuelve mañana. Me dijo que me va a traer sus famosos sandwichitos de cantimpalo.

Ayer me encajaron al muñeco maldito. El domingo por la madrugada el tío de Franco, Francisco, falleció y Laura, me llamó ayer a la mañana indecisa; no quería llevar a Luqui al velatorio porque tenía miedo de que se repitiera el papelón de la última vez: en un feroz accidente había muerto un subsecretario del juzgado en el que ella estaba trabajando, y como nadie estaba disponible para cuidarlo, no tuvo otra opción más que arrastrarlo con ella. Antes de que llevaran el cuerpo del pobre hombre al cementerio, la gente se amontonó cerca del cajón para despedirlo. Luqui, entusiasmado, se soltó de la mano de Laura para apiñarse junto a la muchedumbre desconocida. Parece que el maquillador no tuvo en consideración el escaso pelo ralo y pelirrojo del subsecretario, y tampoco el efecto que podría llegar a tener, sobre su piel transparente, el exceso de colorete rojo en los pómulos; porque fascinado, desde la distancia, Luqui, le gritó: ¡Mirá mamá,  hay un payaso muerto! 
Luqui, la semilla del diablo, llegó a las 8 am. El intercambio de bienes fue breve: Laura lo despachó en la puerta junto con una bolsa llena de provisiones, un cronograma de juegos impresos, y también con un bolso repleto de porquerías taiwanesas. Como era temprano, nos fuimos a dormir. 
A la hora,  desde mi cuarto, lo podía escuchar revolotear como un conejo Duracell por toda la casa. Traté de hacer oídos sordos, pero los alaridos perrunos me alarmaron. Llegué justo a tiempo; Capitán estaba a punto de almorzarse  un niño envuelto. Encontré a Luqui, clavándole al desvencijado Capitán, una especie de telaraña puntiaguda que se asomaba, amenazante, por la panza de su Spider Man. Le preparé unos pochoclos y nos pusimos a mirar el Rey León. Realmente estoy muy preocupada acerca de la moral de mi pequeño ahijado; me espantó ver como se reía de la orfandad del leoncito Simba y como aplaudía compulsivamente, en los momentos más trágicos de la película, con sus pequeñas manitos endiabladas. 
Más tarde, como yo tenía que terminar de retocar unas imágenes para enviárselas a Rodrigo, mi compañero de trabajo, lo dejé en el living mirando el final solo. Misteriosamente veinte minutos después, Luqui, había dejado de aplaudir. Cuando lo encontré, estaba en el balcón empollando un puñado de broches en la mano, almacenados para ser usados como proyectiles y esperando para ser disparados en las cabezas de los transeúntes. 
Después de siete horas estaba extenuada. La lista de Laura era poco creativa, así que, me solidaricé y le ofrecí a Luqui, mis revistas de colección Billiken. La idea era que recortara algunas imágenes y me armara algo lindo para que yo pudiera colgarlo en la puerta de la heladera, pero me había olvidado que también, en esa caja guardaba algunas fotos.  Cuando me vino a mostrar lo que había hecho estuve a punto de estirarle su nariz respingadita hasta las nubes; sobre una hoja blanca había trazado, con crayón marrón, una especie de hormiguero y alrededor, había pegado varias calcomanías de hormigas. Lo terrible de todo esto es que, sobre el cuerpo de cada una de ellas, estaban pegadas las caras en miniatura de Laura, Franco, Maxi, Martín, el hermano de Franco, mis hermanos y mías. Como Luqui no paraba de reírse de su obra de arte, preferí torturarlo: le hice ver media hora de IT, el payaso maldito. La película lo dejó fuera de juego; mientras esperaba que lo trasladaran a su domicilio se quedó dormido en mi cuarto, con la luz encendida, abrazando a  su Spider Man genocida.