domingo, 22 de julio de 2012


Corté gancho con Maxi. Si Laura no hubiese venido a tiempo, además de un kilo y medio de papas también le hubiera escrachado la cara con la sartén.
Después de que dejamos a Sofía en lo de los Vargas, me pasé toda la tarde de ayer mensajeándome con la gente del foro, y también dedicándome a la tarea que me correspondía: controlar la carne al horno rellena que íbamos a cenar los tres por el día del amigo. 
Para mi sorpresa, dos horas antes de que Laura llegara completamente vencida por haberse ofrecido a animarle el cumpleaños a sus sobrinitos gemelos de Lanús, Nicolás, el chico que me maravilla, inició una conversación privada conmigo. De la emoción, la barra espaciadora se disparó como una jabalina a un metro de distancia del teclado. Ahora sé más de él. Me contó que su banda preferida es Pink Floyd, que no es profesor de historia sino que es profesor de geografía, que vive con un hermano ocho años menor que él, que le gustaría tener un perro Labrador color té con leche, y que su libro preferido es "Cien años de soledad". Sin detenerse demasiado me confío unos detalles menos felices: que su papá falleció hace tres años, y que tanto la agorafobia como los ataques de pánico, se le despertaron hace aproximadamente cuatro meses atrás. Traté de levantarle el ánimo; hablamos sobre los países que llegó a visitar. Para hacerme la interesante le mostré unas fotos que había tomado hace bastante, y que llegaron a ser impresas (con mucho esfuerzo) en algunas revistas provinciales. Planifiqué mostrarle las más interesantes hacia el final: una colección de fotografías que había expuesto hacía dos años en una galería de Corrientes, que intentaban reflejar la vida nocturna diaria en la ciudad. 
La conversación se estaba volviendo más íntima: lamentablemente me habló de sus problemas amorosos y de la relación bipolar que mantiene con Carola, la novia.  Quería anudarme las manos con el cable del mouse y evitar cualquier confesión disparatada. No sé por qué, pero le conté sobre la supuesta relación que todavía mantengo con el tarado de Martín. 
A la media hora, Maxi se empacó y se sentó en nuestro ciber colectivo,  porque quería encontrar en su computadora un paso a paso que explicara la cocción de las papas escrachadas. Pero en verdad se mordía los codos por saber de qué me reía;  tanto que su respiración afiebrada de secador de pelo hizo que me diera cuenta que lo tenía flotando como un lorito de pirata sobre uno de mis hombros. 
Después de caminar de la computadora a la cocina durante una hora; me gritó que las papas escrachadas se le estaban desintegrando por tercera vez. Pero yo estaba tan concentrada  en conquistar cibernéticamente a Nicolás, que no llegué a escuchar ninguno de sus lamentos. Hasta que de repente, el monitor se fundió a negro. Maxi estaba en el suelo comprimido como un bicho bolita, con el dedo del delito apoyado sobre la tecla naranja de la zapatilla. Antes de que alcanzara a revolearle algo, Laura tocó el timbre y Maxi se arrastró sobre sus rodillas hasta el portero. 
Terminé esculpiendo sus papas amorfas, e ignorándolo durante toda la cena.